“No oigo estas cosas ni con los oídos corporales ni con los pensamientos de mi corazón, ni percibo nada por el encuentro de mis cinco sentidos, sino en el alma, con los ojos exteriores abiertos…'
Hildegard Von Bingen.
°Una luz tan intensa que hace temblar el alma”, la inundó desde muy pequeña. Hildegarda,
esa niña frágil y de salud delicada, es la
menor de diez hijos de una familia noble alemana, le corresponde por eso la vida conventual. Como diezmo sus padres la
ofrecen a la Iglesia sin imaginar que se convertiría en una de las mujeres más
influyentes de la Edad Media.
Santa Hildegarda de Bingen, vivió entre 1098
y 1179, fue una abadesa de la Orden Benedictina, mística, compositora y
escritora alemana, doctora de la Iglesia, conocida también como la Sibila
del Rin. Desde
los tres años experimenta
visiones, descriptas como la llegada de una gran luz, en las que se conjugan
imágenes, colores y música. A los 42 años le sobreviene una intensa experiencia
mística, recibe la orden de escribir las visiones que tuviese en adelante.
El siglo XIII presenta la expansión del
fenómeno místico, una experiencia que parece concernir a las
mujeres, en tanto “el amor que une a Dios” revela algo del goce
femenino. No obstante, la experiencia mística nunca
ha sido separada de la sociedad de los hombres y de su Iglesia. Mirada
con recelo, sospechada o marginal, es
una experiencia oscura, que escapa al lenguaje y se resiste a la
transmisión; pero convoca desde el vacío que crean el silencio y el
enigma. Dice Lacan:
“Es claro que el testimonio esencial de
los místicos es decir que ellos lo experimentan, pero nada saben de ello.”
La experiencia
mística se diferencia claramente del desorden de los sentidos en la psicosis, según
la lectura de Lacan, queda del lado de la posición femenina. Hildegarda
expresa en su experiencia que este estado de mujer asegura el camino
más corto hacia Dios:
“Tú no eres más que un limón frágil, el
estado de mujer te hace impropia de recibir las lecciones de maestros mortales,
para leer las letras sin la forma de instruir de los sabios;pero tocada por mi
luz, que te ilumina “
Las místicas femeninas pasan
generalmente por un testigo, quien ocupa el lugar de lo escrito, de la palabra en el orden del falo, de lo indecible en su relación con un padre improbable,
con Dios. El secretario, el hagiógrafo, el confesor, forman este punto de
límite viril, más allá de lo cual lo extático está en exceso, pero no
sucumbe a la locura.
“Padre estoy
profundamente perturbada por una visión que se me ha aparecido por medio de una
revelación divina y que no he visto con mis ojos carnales, sino solamente con
mi espíritu. Dame tu opinión sobre estas cosas, porque soy ignorante y
sin experiencia en las cosas materiales y solamente se me ha instruido
interiormente en mi espíritu. De ahí mi habla vacilante. (…)”
Bernardo,
Abad de Claraval, la escucha y alienta, intercede
por ella y llega hasta el Papa Eugenio
II, quien junto a la evaluación de un grupo de teólogos, valida la experiencia que trasmite en su libro Scivias: Conoce los Caminos.
La
femineidad está más acá de las lecciones de los sabios, pero en su relación con
Dios llega más lejos que lo que estos pueden alcanzar. Lacan
encuentra en la pasividad un vínculo entre mística y posición femenina,
entiende tal pasividad, como un no actuar, resultado de “un largo querer”. Se trata de una
pasividad que se hace acto, diferente del goce fragmentante y pasivo de las psicosis.
La Trinidad en su íntegra Unidad,Scivias, Visión II, 2. |
En el
Medioevo la mujer encuentra en la mística una expresión que por otros canales
le permanece vedada. Es fuerte la impronta de una dimensión política en
la posición de Hildegarda, allí confirma un más allá de la ley de los hombres;
renueva la opción ética de Antígona en el resguardo del derecho de los
muertos y la ley familiar.
Conocemos
el pasaje de su historia en el que transgrediendo las normas del derecho
canónico realiza el entierro de un noble excomulgado en el cementerio del
convento. Las autoridades le exigen que
exhume el cadáver, ella
sostiene que había sido reconciliado con la Iglesia antes de morir y oculta los
rastros del entierro para impedirlo. Como castigo las autoridades eclesiásticas
prohíben el uso de las campanas y los canticos en la vida cotidiana y la liturgia. Hildegarda responde con una carta de fuerte contenido
doctrinal sobre el significado teológico de la música, que en ella es vía
privilegiada de comunicación con lo divino.
Más allá de la
ley de la polis, No Toda, la mística presenta una respuesta al enigma de
lo femenino.
Gracias por las inteligentes y sensibilísimas Notas de "El eco de Psique". Están dictadas por un saber que sabe compartirse con la generosidad de la luz.
ResponderEliminarGracias a vos por compartir, difundir tan generosamente. Y es maravillosa la música de Hildegarda, toca el cuerpo atravesando lo espiritual!
ResponderEliminarEn estos lares, Santa Teresa de Ávila es prácticamente la única mística y doctora de la Iglesia conocida. Gracias por compartir tan interesante texto.
ResponderEliminarQue amable tu visita Valdemar, maravillosa la poesía de Santa Teresa. Mis saludos desde Argentina!
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