martes, 14 de noviembre de 2017

Con la vaga frente en la balada: Amelia Biagioni.

  


      Amelia Biagioni fue una importante poeta argentina; nacida en Gálvez, provincia de Santa Fe en 1918 se formó como profesora de Literatura  y casi secretamente cultivó la poesía. Su vida tuvo un  perfil austero, aislada de los círculos literarios. Con el impulso del poeta  José Pedroni  publicó en  1954  "Sonata de soledad",  la carta de presentación  que trajo a Buenos Aires y mereció la faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. La belleza del poema Lluvia conmueve con su sensible musicalidad.



 “Llueve porque te nombro y estoy triste/porque ando tu silencio recorriendo /porque tanto mi esperanza insiste/que desojada en agua voy muriendo.”



Luego llegaron los poemarios "La llave" de 1958 y "El humo" publicado en 1967, este último constituyó una revolución en  la poesía argentina. A partir del encuentro con este libro Alejandra Pizarnik, le escribe una carta plena de admiración y afecto.


       “Mil gracias por EL HUMO. Vengo de él y no logro encontrar una frase para destinarle; digo una frase como un manto real que a la vez fuera un manto de arpillera, una frase vestida de princesa pero mendiga.”
     “Tus poemas fueron siempre para mí lugares pero nunca lo fueron como ahora, gracias por EL HUMO. Incluso llegué a preguntarme cómo mantenés la estructura perfecta y acabada si detrás, a tan pocos pasos, acecha el ángel de lo absoluto, opuesto al de los “ojos con límites”. No sé, por cierto, responder, pero celebro tener que preguntarlo. Tampoco quiero resumirte los temas porque no soy profesora (quizá sea una desgracia, lo digo en serio) y sobre todo porque me son demasiado entrañables. Hay alguno, quizá el más terrible o el más intimidante, que alude al doble o a la sombra o al espejo o al quién soy, que aparece transfigurado como enorme valentía y hermosura (por supuesto que es facilísimo luchar en la guerra comparado con ese descenso al infernal encuentro con la otra o con las otras).”[i]

 Citemos al respecto algunos versos de “El humo“, desde la bella fortaleza del poema Manifiesto: “Yo me resisto, /en la calle de los ahorcados, /a acatar la orden/de ser tibia y cautelosa, /de asirme a la seguridad, /de acomodarme en la costumbre, /de usar reloj y placidez, /aventura a cuerda, /palabra pálida y mortal/y ojos con límites.”

 Pizarnik refiere  a la “dura poesía” presente en el  poema “Oh tenebrosa fulgurante” en sus versos:”Oh tenebrosa fulgurante, impía / que reinas entre cábala y quimera, / oh dura poesía / que hiciste mi imprevista calavera.”

Su presencia frágil y tímida, logró  localizar una potencia interior y desdoblarse. En el poema León, del libro "Las cacerías" (1976),  la pálida mujer se transfigura: “Cuando duerme/de un rojo salto/la arrebato y enciendo la llevo a su selva/le infundo mi dinastía/y la obligo a reinar, /a avanzar segura y espléndida”

"Estaciones de Van Gogh" (1984) es otro hito central.  Dice Antonio Requeni; “Sus versos apasionados, clarividentes, asumen una suerte de celebración de la vida, como los cuadros aparentemente atormentados del pintor holandés, cuyo espíritu se funde y confunde con el alma de la poeta”[ii]

Su último libro, "Región de fugas" (1995), llega con una poesía trabajada con tenacidad  ligada a la infatigablemente corrección de sus poemas. En un sensible trabajo Valeria Melchiore expresa:

“El lenguaje que adopta Biagioni en tanto praxis poética es «errante»: huye de la función representativa que lo ha caracterizado siempre y de la univocidad. Estas condiciones lo vuelven plurivalente y migratorio, rasgo que se constata en la ruptura del orden lógico de la frase en todos sus planos. Las distorsiones atañen al aspecto gráfico, fónico, semántico, sintáctico y de las relaciones contextuales. La polisemia que deriva de esta desarticulación le permite afirmar al sujeto poético en Región de fugas: “[...] el bosque errante de los nombres/ es mi hogar”.[iii]

Luego de una penosa enfermedad Amelia Biagioni falleció en el año 2000, había recibido recientemente el Premio Alfonsina Storni, poeta con la que se la comparó, tal vez por ser mujeres que llegadas del interior a Buenos Aires, plasmaron en su poesía un hondo sentimiento de soledad y una clara fuerza interior. 



CAVANTE, ANDANTE

A veces
soy la sedentaria.

Arqueóloga en mí hundiéndome,
excavo mi porción de ayer
busco en mi fosa descubriendo
lo que ya fue o no fue
soy predadora de mis restos.

Mientras me desentierro y me descifro
Y recuento mi antigüedad,
pasa arriba mi presente y lo pierdo.

Otras veces
me desencorvo con olvido
pierdo el pasado y soy la nómada.

Exploradora del momento que me invade,
remo sobre mi canto suyo
rumbo al naufragio en rocas del callar,
o atravieso su repentino bosque mío
hacia el claro de muerte.

Y a extremas veces
mientras sobrecavándome
descubro al fondo mi
fulgor inmóvil ojo
de cerradura inmemorial,

soy avellave en el cenit
ejerciendo
mi remolino.

(De Región de fugas, 1995)




LA LLOVIZNA

Yo, con la vaga frente en la balada
y el talón en el musgo de los siglos,
yo que inventé el otoño levemente
y gris y lentamente soy su vino,
yo, que ya agonizaba cuando el hombre
me amó para nombrarme "la llovizna",
yo, que cruzando su durar lo nublo
de eternidad y de melancolía,
yo, que debo medir la soledad
entera, y desandar todo el recuerdo
y más, y gris y lentamente el día
señalado asperjar el fin del tiempo
yo, a veces, mientras limo tristes mármoles
y herrumbro amantes, pienso que en la tierra
no existo, que tan sólo voy cayendo
así, de la nostalgia de un poema.

(De El Humo, 1967)




[i] Alejandra Pizarnik, “A Amelia Biagioni”, en Ivonne Bordelois, Correspondencia Pizarnik, Planeta, 1998
[ii] Requeni, Antonio. “Falleció la poeta Amelia Biagioni Fue una de las más importantes del país”, Diario La Nación  Martes 21 de noviembre de 2000

[iii] Valeria Melchiore  Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid 2003. http://www.ucm.es/info/especulo/numero23/biagioni.html

jueves, 2 de noviembre de 2017

La palabra como carnada, Clarice Lispector.
                                                                               

Escribir es usar la palabra como carnada,
 para pescar lo que no es palabra.
Cuando esa no palabra, la entrelínea,
muerde la carnada, algo se ha escrito”.

Clarice Lispector
                                                           

        Con su máquina de escribir sobre la falda, Clarice está lejos del  imaginario habitual del escritor, su acceso a la literatura trasciende convenciones o estereotipos. Cuenta en una entrevista: - “Cuando mis hijos eran pequeños, escribía mientras los cuidaba,  con ellos potreando a mi alrededor. Siempre quise evitar que tuvieran de mí la imagen de una madre escritora. Escribía entonces cerca de ellos tratando de no aislarme”  [1]

       No cultivó como pose o estrategia la pertenencia al mundo literario:-“Siempre rechacé los llamados medios intelectuales·, tengo amigos escritores, pero en primer lugar son amigos, y después escritores. Nunca me acerqué a nadie por el hecho de que como yo escribiera: me repugna el mundo superficial de los literatos. Soy una persona amiga de otras personas.”[2]

       Clarice nació casualmente en un pueblo de Ucrania en 1920, en medio de un viaje rumbo a  Brasil, al fin del cual, con su familia de origen ruso,  se instaló en Recife. Su padre fue un matemático, su madre que también escribía era paralítica,  murió cuando ella tenía diez años.  Tal vez ese acontecimiento haya marcado su extraordinaria capacidad introspectiva, su interrogación constante de  la subjetividad femenina, de la existencia misma, entre la carencia y la esperanza, entre sus preguntas y la deriva del fluido metonímico que envuelve su escritura.

       Un hermoso cuento del libro Felicidad Clandestina: Restos de carnaval,  refleja algo de su infancia y la enfermedad de una madre. Entre la culpa y el deseo, el relato gira sobre la expectación de una niña por acceder a la fiesta, al disfraz con que inventarse en carnaval.  Dice la niña: -“No me disfrazaban: entre tantas preocupaciones por mi madre enferma nadie en casa tenia cabeza para el carnaval de un niño”
      Solo la generosidad de otra madre le permite que su anhelo se concrete: es con los restos que algo va a construirse. Después de luchas internas,  la mirada de otro niño,  la devuelve al lugar donde el  deseo se realiza.: - “Y yo mujercita de ocho años, consideré durante el resto de la noche que por fin alguien me había reconocido: yo era, sí, una rosa.”

      Desde la niña a la anciana, Clarice refleja en los personajes que construye, la  insistencia del ese real donde se tocan  la sexualidad y la muerte: En el cuento Ruidos de Pasos, del libro El vía crucis del cuerpo,  Doña Cándida Raposa, viuda de 81 años  pregunta avergonzada al médico: “- ¿Cuándo es que pasa? La cosa. El deseo de placer.” Con  ‘ruido de pasos’ la muerte trae el alivio, la bendición, libera de  la insistencia de aquello que no cesa,  hasta el final.

        Considerada como una escritora que describe lo indescriptible, reflexiona sobre su particular relación con los objetos, a los que dota de una profundidad y atemporalidad  con las que  logra redimensionar lo cotidiano:

     “Eso es así porque yo creo que los objetos tienen un áurea como las personas. Yo durante mucho tiempo he tomado notas para escribir sobre el áurea de las cosas.
Siempre amé a Van Gogh como pintor y una de las características  por lo cual lo aprecié tanto,  es justamente esa comunicación con los objetos. Yo siento en ellos lo mismo que el sintió.”[3]

        En su  cuento Amor, la ordenada ‘vida de adulto’ en la que una mujer había reducido su existencia, se desorganiza ante la visión de un hombre ciego en la calle. Ese encuentro la confronta con ella misma y conmueve su acomodada realidad.

     “Ella había calmado tan bien a la vida, había cuidado tanto que no explotara. Mantenía todo en serena comprensión, separaba una persona de las otras, las ropas estaban claramente hechas para ser usadas y se podía elegir por el diario la película de la noche, todo hecho de tal modo que un día sucediera al otro. Y un ciego masticando chicle lo había destrozado todo. A través de la piedad a Ana se le aparecía una vida llena de náusea dulce, hasta la boca.”

      Clarice estuvo casada con un diplomático con el que tuvo dos hijos, residiendo en distintos países mientras la relación se mantuvo. En 1959 se separó y se instaló en Rio de Janeiro donde retomó la actividad periodística que había iniciado siendo muy joven. Publicó cuentos y novelas, dedicando también un aspecto de su trabajo a la literatura infantil. Tal vez su obra máxima sea La pasión según G. H publicada en 1963.

     En 1966 una colilla mal apagada provocó un incendio en su dormitorio. Sufrió  graves quemaduras, secuelas que la llevaron a una  profunda depresión, pese a la contención y compañía de su entorno. Clarice murió temprano, a los 56 años  al tiempo de publicar su  última novela La hora de la estrella., un libro que culmina con la muerte de su protagonista, una mujer joven y pobre del nordeste del Brasil. Aunque al escribirla Clarice no estaba al tanto de padecer cáncer de ovarios, es una obra que está plagada de referencias al tema de la muerte.

    En Agua Viva, un libro donde la escritura acompaña el flujo de la conciencia e intenta captar el instante, Clarice reflexiona:[4]

“Pero yo denuncio. Denuncio esa debilidad nuestra, denuncio el horror alucinante de morir, y respondo a esa infamia con –exactamente esto que va a quedar ahora escrito –y respondo a esta infamia con alegría. Purísima y levísima alegría. Mi única salvación es la alegría.”




[1]“Los libros son mis cachorros. Entrevistas a Clarice Lispector” por Eric Nepomuceno en Un aprendizaje o el libro de los placeres: Ediciones Corregidor. 2013
[2] Eric Nepomuceno. op .cit
[3] Vera Ocampo, Raül. El misterio de vivir. Conversación con la novelista brasileña Clarice Lispector en El Viacrucis del cuerpo. Ediciones Corregidor.2012
[4] Lispector, Clarice: Agua Viva.  Ediciones Siruela. Madrid. España