La palabra como carnada, Clarice Lispector.
“Escribir es usar la palabra como carnada,
para pescar lo que no es palabra.
Cuando esa no palabra, la entrelínea,
muerde la carnada, algo se ha escrito”.
Clarice Lispector
Con su máquina de escribir sobre la falda,
Clarice está lejos del imaginario
habitual del escritor, su acceso a la literatura trasciende convenciones o
estereotipos. Cuenta en una
entrevista: - “Cuando mis hijos eran pequeños,
escribía mientras los cuidaba, con ellos
potreando a mi alrededor. Siempre quise evitar que tuvieran de mí la imagen de una
madre escritora. Escribía entonces cerca de ellos tratando de no aislarme” [1]
No cultivó como pose o estrategia la
pertenencia al mundo literario:-“Siempre
rechacé los llamados medios intelectuales·, tengo amigos escritores, pero en
primer lugar son amigos, y después escritores. Nunca me acerqué a nadie por el
hecho de que como yo escribiera: me repugna el mundo superficial de los
literatos. Soy una persona amiga de otras personas.”[2]
Clarice nació casualmente en un pueblo de
Ucrania en 1920, en medio de un viaje rumbo a Brasil, al fin del cual, con su familia de
origen ruso, se instaló en Recife. Su padre
fue un matemático, su madre que también escribía era paralítica, murió cuando ella tenía diez años. Tal vez ese acontecimiento haya marcado su
extraordinaria capacidad introspectiva, su interrogación constante de la subjetividad femenina, de la existencia
misma, entre la carencia y la esperanza, entre sus preguntas y la deriva del
fluido metonímico que envuelve su escritura.
Un hermoso cuento del libro Felicidad Clandestina: Restos de carnaval, refleja algo de su infancia y la enfermedad de
una madre. Entre la culpa y el deseo, el relato gira sobre la expectación de una
niña por acceder a la fiesta, al disfraz con que inventarse en carnaval. Dice la niña: -“No me disfrazaban: entre tantas preocupaciones por mi madre enferma
nadie en casa tenia cabeza para el carnaval de un niño”
Solo la
generosidad de otra madre le permite que su anhelo se concrete: es con los
restos que algo va a construirse. Después de luchas internas, la mirada de otro niño, la devuelve al lugar donde el deseo se realiza.: - “Y yo mujercita de ocho años, consideré durante el resto de la noche que
por fin alguien me había reconocido: yo era, sí, una rosa.”
Desde
la niña a la anciana, Clarice refleja en los personajes que construye, la insistencia del ese real donde se tocan la sexualidad y la muerte: En el cuento Ruidos de Pasos, del libro El vía crucis del cuerpo, Doña Cándida Raposa, viuda de 81 años pregunta avergonzada al médico: “- ¿Cuándo es que pasa? La cosa. El deseo
de placer.” Con ‘ruido de pasos’ la
muerte trae el alivio, la bendición, libera de la insistencia de aquello que no cesa, hasta el final.
Considerada como una escritora que
describe lo indescriptible, reflexiona sobre su particular relación con los
objetos, a los que dota de una profundidad y atemporalidad con las que logra redimensionar lo cotidiano:
“Eso es así porque yo creo que los objetos
tienen un áurea como las personas. Yo durante mucho tiempo he tomado notas para
escribir sobre el áurea de las cosas.
Siempre amé a Van Gogh como pintor y una de las
características por lo cual lo aprecié
tanto, es justamente esa comunicación
con los objetos. Yo siento en ellos lo mismo que el sintió.”[3]
En su cuento Amor,
la ordenada ‘vida de adulto’ en la que una mujer había reducido su existencia,
se desorganiza ante la visión de un hombre ciego en la calle. Ese encuentro la confronta
con ella misma y conmueve su acomodada realidad.
“Ella
había calmado tan bien a la vida, había cuidado tanto que no explotara.
Mantenía todo en serena comprensión, separaba una persona de las otras, las
ropas estaban claramente hechas para ser usadas y se podía elegir por el diario
la película de la noche, todo hecho de tal modo que un día sucediera al otro. Y
un ciego masticando chicle lo había destrozado todo. A través de la piedad a
Ana se le aparecía una vida llena de náusea dulce, hasta la boca.”
Clarice estuvo casada con un diplomático con
el que tuvo dos hijos, residiendo en distintos países mientras la relación se
mantuvo. En 1959 se separó y se instaló en Rio de Janeiro donde retomó la
actividad periodística que había iniciado siendo muy joven. Publicó cuentos y
novelas, dedicando también un aspecto de su trabajo a la literatura infantil.
Tal vez su obra máxima sea La pasión
según G. H publicada en 1963.
En
1966 una colilla mal apagada provocó un incendio en su dormitorio. Sufrió graves quemaduras, secuelas que la llevaron a
una profunda depresión, pese a la
contención y compañía de su entorno. Clarice murió temprano, a los 56 años al tiempo de publicar su última novela La hora de la estrella., un libro que culmina con la muerte de su
protagonista, una mujer joven y pobre del nordeste del Brasil. Aunque al
escribirla Clarice no estaba al tanto de padecer cáncer de ovarios, es una obra
que está plagada de referencias al tema de la muerte.
En Agua Viva, un libro donde la escritura
acompaña el flujo de la conciencia e intenta captar el instante, Clarice
reflexiona:[4]
“Pero
yo denuncio. Denuncio esa debilidad nuestra, denuncio el horror alucinante de
morir, y respondo a esa infamia con –exactamente esto que va a quedar ahora
escrito –y respondo a esta infamia con alegría. Purísima y levísima alegría. Mi
única salvación es la alegría.”
[1]“Los
libros son mis cachorros. Entrevistas a Clarice Lispector” por Eric Nepomuceno
en Un aprendizaje o el libro de los placeres: Ediciones Corregidor. 2013
[2] Eric
Nepomuceno. op .cit
[3] Vera
Ocampo, Raül. El misterio de vivir. Conversación con la novelista brasileña
Clarice Lispector en El Viacrucis del cuerpo. Ediciones Corregidor.2012
Que buen articulo vale
ResponderEliminarEcoforest
palabras que inspiran
ResponderEliminarinstituto psicoeducativo
excelente
ResponderEliminarPsicopartner