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Fotografía de Laura Rivera |
Pasamos frente a los objetos con prisa, tomados por
la rutina cotidiana. Reducimos las cosas al rigor del uso y las manipulamos
casi sin mirar. Sin embargo un humilde recipiente se puebla de alma, se abre a ese
instante en que el artista suspende el tiempo para que podamos evocar lo
efímero.
Desde sus distintos lenguajes, las artes plásticas y la escritura
poética comparten la experiencia y transmisión de la emoción estética. Esta
donación solo es posible pues el verdadero artista sabe hacer que su
experiencia, una impresión individual conmueva lo universal, que un simple
objeto arroje una luz nueva. Logra que allí algo nos hable.
Rilke designa como “lo abierto” ese
instante en el cual sin que un límite
haga obstáculo, lo seres y las cosas entran al espacio de la percepción pura. Citamos La Octava Elegía de Duino: «Toda en sus ojos mira la criatura/ lo
abierto. Solo nuestros ojos/ están como invertidos y a manera de cepos/
alrededor de su mirada.»
Siguiendo a Gérard Pommeir «Lo abierto remite a esa experiencia
de lo infinito en lo finito, es ese momento en el que a partir de una mirada dirigida a una cosa
simple, todo es aceptado, consentido... Lo
abierto aparece cuando tomo una palabra en el hueco de mi mano y cuando espero.»
Cuando el artista capta ese
instante, la mirada poética desoculta la
verdad del ser. Así lo plantea Heidegger en Nacimiento
de la obra de arte. Desde allí reflexiona sobre la pintura de Vincent Van Gogh,
Un
par de botas, su óleo de 1887. Nos
muestra cómo la obra de arte va mucho
más lejos que la mera representación realista de un objeto y devele una verdad.
El artista logra plasmar una época, la dimensión social del trabajo del
campesino y su lazo con el entorno. La mirada del pintor recupera una presencia
humana y revela así el ser-utensilio del utensilio:
«…en la oscura boca del gastado interior del zapato
está grabada la fatiga de los pasos de la faena. En la ruda y robusta pesadez
de las botas ha quedado apresada la obstinación del lento avanzar a lo largo de
los extendidos y monótonos surcos del campo mientras sopla un viento helado. En
el cuero está estampada la humedad y el barro del suelo. En el zapato tiembla
la callada llamada de la tierra, regalo del trigo maduro, su enigmática
renuncia de sí misma en el yermo barbecho del campo invernal.»
Habitamos
lugares que impregnamos con nuestro color y forma sin saberlo. Solo resta que
algo nos conmueva para volver a mirar. El registro fotográfico de un rústico
botellón, poblado de pequeñas floraciones crea una atmósfera de intimidad, se
abre en un momento de vacío para que la imagen espeje nuestra interioridad en la
escena.
Llega entonces a nosotros como un eco, la experiencia
y donación del verdadero artista.
Bibliografía
-Heidegger, Martin: Nacimiento de la obra de arte México, FCE, 1978
-Pommier, Gérard: La excepción femenina. Ensayo sobre los
impases del goce. Alianza Estudio. Buenos Aires 1986 Montevideo.
-Rilke, Rainer María: Las elegías de Duino. Colección Poesía
Mejor. Editorial Centauro.
-Rivera, Laura: Bodegones blanco y negro. http://laurariverafotografias.blogspot.com.ar